domingo, 20 de noviembre de 2016

Una suerte pequeña



Claudia Piñeiro es escritora, dramaturga, guionista y colaboradora de distintos medios gráficos. Se nota. Porque sin saber nada sobre su vida esta novela se lee fácilmente, en poco tiempo, en cualquier lugar aunque haya ruido. Me ha parecido más una película que una novela. Y sin embargo tiene la estructura perfecta que se necesita en una novela. De hecho, casi no hay diálogos y solo están para que no se te haga tan pesado el mazacote de letras (o eso pienso yo suspicazmente que hacen ciertas editoriales, porque siento que tendemos a darlo todo muy bien masticado para que los lectores no se sientan abrumados).
La novela va sobre una señora que regresa a la tierra que abandonó por Boston. Le ocurrió algo terrible y traumático en su patria argentina que la obligó a hacer las maletas y desaparecer para todo el mundo. Hasta tal punto que ahora regresa disfrazada con una peluca y lentillas y con una oportuna afonía para que su voz suene como la de Batman y nadie intuya que ella es ella. No me lo creí ni un segundo.
Temía que toda la historia fuera a dar vueltas alrededor de este misterio y no hubiera más. Especialmente cuando llevaba un cuarto de libro y no pasaba nada y la autora solo tomaba café, un avión, reflexionaba obviedades como que los aeropuertos se parecen mucho o que los silencios entre dos desconocidos son incómodos. Yo sí que estaba incómodo viendo que si bien la novelita era corta, poco más de doscientas páginas, se me iba a hacer larga. Pero no. El misterio se resuelve antes de lo previsto y luego empieza con otra historia. Durante buena parte de la novela ya podemos sentirnos atraídos o no por lo que cuenta pero es entretenida, se pasan las páginas pensando que estás en buenas manos. A Carla Piñeiro le fascina la estructura. Desde la cita de Alice Munro del principio (autora que se suele llevar mucho a los talleres de lectura) asistimos a eso. Literatura impoluta, bien pergeñada, cada detalle lleva inexorablemente a otro, un ir soltando la información poco a poco y darle la sensación de crescendo al lector. Parece que este párrafo de la novela en su página 83 es una declaración de intereses:

Volviendo a ella”, a la Historia, dice, “por un hecho que deriva en otro llegamos a una guerra, a la Revolución Industrial, a un genocidio, a un tratado de paz, o al mal llamado descubrimiento de América. Nunca me atrajeron tanto los hechos en sí mismos como sus porqués. Y la Historia siempre tiene un porqué, en cambio la vida no”.    

Aparentemente escribe todas y cada una de sus frases con un porqué. Y maneja muy bien todas sus piezas que no son pocas, aunque lo parezca. Hace fácil lo que no debe serlo.
Pero sigo sin sacudirme la idea de que la novela acierta en eso pero fracasa en profundizar en ciertos temas y en caer en lo que, ahí no podía con eso, escribir personajes arquetípicos. El marido aburrido y soso frente al hombre idealizado y casi perfecto (solo superado por el gran Grey de la famosa trilogía, claro, ese es Dios). Sus hombres no tienen contrastes. O son lo más o son lo peor. Y luego, cuando la cosa se pone rosa tirando a tonta me saca de la novela. Por más que estaba interesado en temas como ese grupo de gente ignorante y analfabeta que no perdona a su personaje principal (un asunto interesante de la historia, todo hay que decirlo) o por lo inútil y dañina que es la culpa para un ser humano (y lo útil para los que rodean a ese ser humano). Insisto, ideal para generar debates y diversiones varias en los talleres de lectura.
El estilo es cristalino. No hay interés por trabajar los artificios de la lengua. O no se puede. Papilla literaria para que no se aturullen ni los más torpes del equipo.
Lo siento, sé que esta escritora gusta mucho. Tiene buenas calificaciones en muchos lugares. Pero es que lo simple enamora más fácilmente. No se trata de que me explote el cerebro cada vez que leo una historia pero sé que esta escritora no es para mí cuando no leo absolutamente nada entre líneas. Creo que le sucede como a Donna Tart, que vuela entre la alta y la baja literatura y en esa incertidumbre me pierdo yo. Pero léanla. Apuesto que gusta más que la mayoría de los libros de los que estoy tan enamorado por aquí. Y lo cierto es que no me he aburrido casi nada.


No deje que la juzguen, no acepte el juicio de los otros, algunas comunidades son muy cerradas, muy… admonitorias. Ése es el término: admonitorias. Y algo hipócritas también, si me lo permite. Gente que no sabe ponerse en el lugar del otro. Levantan el dedo y juzgan con la certeza de que ellos nunca estarán sentados en su propio banquillo.  Pág. 153  

domingo, 13 de noviembre de 2016

"Breve historia del progreso" y "2020, un nuevo paradigma"




Aunque voy a romper el buen tono literario que siempre llevo por aquí, no veo por qué no podría hacer ocasionales excepciones. Especialmente cuando uno de los dos libros que comentaré está escrito por Ronald Wright que además de ensayista es escritor. Y se nota en “Una breve historia del progreso”. Especialmente si lo comparamos con “2020, un nuevo paradigma” de Robert J. Shapiro que fue subsecretario de Comercio y asesor de Bill Clinton, pura economía y puro ensayo pero cero literatura (por eso no reseñaré muchos de estos por aquí, porque este sí se sale de la política de esta casa aunque merece la pena decir algo sobre lo que plantea).
Hace años escribía en mi otro blog que tenía un terrible dilema. Si hay crisis la ecología gana porque consumimos menos y el planeta lo agradece. Pero somos más infelices. Si no hay crisis el planeta se acaba esquilmando, contaminamos, cambiamos el clima… volvemos a la casilla de la infelicidad. Dos opciones terribles y con poca solución.
Es curioso que estos días en que me ha dado por visitar la biblioteca en busca de ensayos haya encontrado estos dos libros de la misma colección “Tendencias” que poco o nada tienen que ver pero que a mí me han parecido altamente complementarios porque me devuelven mi viejo dilema. Y sigo sin resolverlo, puedo añadir.
En “Breve historia del progreso” que se editó en la no demasiado cercana fecha de 2006 pero que sigue siendo de total actualidad, Ronald Wright estudia a fondo cuatro civilizaciones que murieron de éxito. Y además nos explica la historia a través del daño que los imperios le han hecho al entorno.  
Norteamericanos, babilonios, habitantes de la Isla de Pascua, españoles en Sudamérica…  acabaron con sus árboles en unos casos, desviaron aguas para regar sus campos y eso hizo que la sal que llevan los ríos de las rocas y que arrastran hasta el mar, desertizaran esos mismos cultivos(a la tierra no le gusta que la toqueteen mucho), llevaron la viruela y mataron poblaciones enteras, mataron bisontes hasta la casi total extinción. Todo el libro nos lleva de la mano por la manía que tienen los seres humanos de llevar los recursos hasta sus últimas reservas. La idea es que ahora ya somos una población global que no tendrá a dónde ir. Porque claro, las anteriores civilizaciones sí se podían desplazar a otros lugares pero ahora somos una especie desatada que en diez años sube en mil millones de individuos su población. Antes nos costaba mil años de tiempo conseguir crecer tanto. El crecimiento es exponencial. Somos un virus muy voraz. Estamos en todos los lugares de la Tierra y no podemos escapar de nuestra propia especie.  
El libro, eso sí, es ameno, breve, está bien escrito y hasta se permite el sentido del humor. Tal vez por eso el otro me ha resultado tan insufrible. Y es que la tesis de “2020” es puro neoliberalismo. Te permite entrar en el cerebro del americano emprendedor medio y saber por qué es tan distinto del europeo. Lo mejor de la política en Europa para su escritor fue Margaret Thatcher, la dama de hierro (uno de los pocos líderes que parece aprobar Shapiro).  
Según Shapiro nuestras economías europeas se van a ir al traste o ya lo están haciendo porque hay muchos viejos y estos viven más. Y damos muchas subvenciones. Cada vez menos trabajadores sustentan a más individuos así que hay que subirles los impuestos a los que trabajan y reducir las prestaciones a los que no(o acabar directamente con la seguridad social, etc.). También tenemos que mantenernos a base de préstamos o rescates. Esto genera deuda pública y por tanto menos empresas quieren invertir en países morosos (¡glups!). El estado del bienestar es fantasía europea pero los políticos no se atreven a hacer los recortes necesarios. Y sí, lo terrorífico es que algo de razón no le falta. ¿De dónde saldrá el dinero que necesitamos para que no crezca el déficit si no se generan puestos de trabajo? Pero es que Shapiro ve soluciones en tener más hijos que apoyen la jubilación de los viejos. Claro, hombre, como si no fuéramos suficientes. O como si no hubiera jóvenes sin trabajo. Y el sufrimiento de mucha gente tampoco parece molestarle demasiado, él solo ve cifras desde sus despachos.
Pero debo admitir que tiene razón en algo. Todo país que invierte en educación se hace más productivo en unos diez años. Un mundo tan cambiante como el nuestro necesita gente flexible y esta flexibilidad la da una buena formación. Claro que la educación es inversión de futuro y los políticos están para mantener su partido y solo quieren resultados rápidos, no molestar a sus clientes que son los votantes.  
Shapiro ve como males menores el hecho de que la deslocalización de empresas deje sin trabajo a millones de personas. O que los recortes en sanidad las maten. Llega a admirar al régimen surcoreano y otras tiranías porque al no temer protestas en la calle pueden hacer los recortes y reformas necesarias para que el país avance. Detesta a Europa por lo opuesto, porque nos molesta todo y no queremos que nos quiten derechos. Llega un momento en que sus tesis neoliberales salvajes me sacan del libro.
Nos cuenta además que debemos trabajar más para tener más dinero(en la vida hay trabajos maravillosos de los que no querrías salir nunca pero otros en los que cincuenta o hasta ochenta horas semanales son un infierno así que mejor vivir con menos pero más felices, en eso soy muy europeo).
Shapiro adora a los irlandeses porque no paran de tener hijos (esto horrorizaría a Ronald Wright). Nos repite sus tesis como si fuéramos idiotas, el libro y sus quinientas páginas se caen de las manos no por difícil sino por repetitivo y a ratos casi ofensivo (otra conclusión es que América es la hostia y va a seguir siéndolo como mínimo hasta el año que da título al libro).
Pero lo he leído hasta el final a pesar del poco interés que ha puesto el escritor en quedarse con el grano y arrojar la paja. No todo es aburrido o banal. Es cierto que la facilidad para montar empresas que tienen los americanos y las condiciones a sus emprendedores son únicas. Pero al final creo más en lo que Jean Philippe Cotis, economista de la OCDE dijo: “Al final nuestro propio modo de vida vale mucho más que una vulgar estadística del PIB per cápita
Por supuesto Shapiro detesta esa mentalidad.
El libro se escribió en 2008 y nuestros problemas actuales con el fondo de pensiones le están dando en parte la razón. Pero América no va tan bien como él auguraba. Ni China (aunque sí, han crecido mucho). Y bueno, Irlanda desde luego que no.

En cualquier caso nadie adivinó a Donald Trump. En economía como en cualquier otro lugar no existen los adivinos perfectos.      

domingo, 6 de noviembre de 2016

Departamento de especulaciones






Este es el segundo libro de Jenny Offill. El primero, Last things, es de 1999. Este es del 2014. En quince años una escritora como por ejemplo Donna Tartt lo justificaría plantándote un novelón de mil doscientas páginas. Pero Jenny Offill ni eso. Ella aparece con una aparentemente modesta novelita de ciento sesenta páginas, con enormes espacios entre párrafo y párrafo, escrita como a ratos, hecha de jirones de información. Porque esa es su estructura, la de la brevedad. Notas informativas donde poco a poco vamos desgranando la historia de amor y desamor de una pareja casada. Explicaciones que va buscando la escritora y ya de rebote el lector, sobre por qué llegó aquella ruptura, el momento en que lo hizo, las razones… si es que estas se pueden localizar.
Ella es profesora en la vida real y en la novela. Y hasta parece que hay una alusión nada disimulada a su tranquilidad a la hora de escribir su segunda novela, Jenny no busca motivos, solo se ríe del tiempo en que no apareció la continuación de su proyecto literario.

“Creo que se me ha pasado por alto tu segundo libro”, dice
No-digo- no ha habido un segundo libro.
Pone cara de apuro. Los dos empezamos a calcular los años que han pasado, aunque a lo mejor soy yo la única que lo hace.
¿Pasó algo?, dice muy amable tras una pausa.
Sí- contesto.” Pág.55

Las notas en las que narra la historia propiamente dicha que por cierto, solo arranca hacia la segunda parte del libro, se intercalan con frases y aforismos propios o ajenos, con pensamientos que de algún modo se relacionan con lo que sucede o con su estado de ánimo. Imagino que esta originalidad le ayudó a quedar finalista del premio Pulitzer más el resto de reconocimientos. Es fresca y original sin resultar pedante o aburrida.

“Un experimento mental por gentileza de los estoicos: si te cansas de todo lo que tienes, imagínate que lo has perdido todo”.  Pág. 68

Un libro en el que se habla del divorcio. Pero sin maniqueísmos. Ni los malos son tan malos ni los buenos tan buenos que a ratos no resulten patéticos. Su personaje principal tiene un par de momentos tan magníficos como tristes en los que bastan escasas frases para definir la desesperación, el ridículo y la vergüenza del despecho, el talento de la escritura está en que ha reducido lo accesorio a su mínima expresión, no hay una palabra de más, esta vez de verdad.
Un libro que si no se basa en un hecho real es sólo porque describe muchos que sí lo han sido. Y lo siguen siendo. Y lo seguirán siendo mientras haya bodas.   

“Mi plan consistía en no casarme nunca. En vez de casarme me iba a convertir en un gigante del arte. Las mujeres casi nunca acaban convertidas en uno porque los gigantes del arte solo se preocupan del arte y nunca prestan atención a las cosas prosaicas. Nabokov no era capaz ni de cerrar el paraguas. Vera tenía que pegarle los sellos.” Pág. 16  

“Cuesta creer que el amor haya llegado a parecerme un asunto tan frágil. Una vez, cuando él aún era joven, vi el cuero cabelludo que asomaba a través del pelo y aquello me dio miedo. Pero no era más que un remolino. Ahora se le ve de verdad y solo siento ternura” pág.81

“Pero mi agente tiene una teoría. Dice que todos los matrimonios son una chapuza. Incluso los que desde fuera parecen razonables, por dentro se mantienen en pie con chicle, cuerda y alambre”. Pág. 93