domingo, 31 de enero de 2016

La ley del menor


A Ian McEwan le conozco tanto como se puede conocer a un escritor del que has leído todo lo que se ha publicado en tu país y cuando resulta que en tu país se ha publicado toda o casi toda su obra. Porque este es de los que sacan novela y luego llega Anagrama y la publica religiosamente cuando se ha hecho la traducción pertinente. Creo que normalmente se aprovecha la reentré de final de verano para colocarla en las estanterías.
A estas alturas ni siquiera estoy seguro de cuando leí su primer libro pero hace mucho, más de diez años.
En este, toca libro pequeño de ciento veintisiete páginas, tenemos al Ewan de siempre que nunca baja el pie del acelerador de lo genial.
Varios asuntos aparentemente alejados entre ellos confluyen hacia un final muy preparado. Porque da la sensación de que a este escritor le gusta coger su objeto de estudio, analizarlo, sacarle todo el jugo, contemplar todas sus posibilidades y no dejarse absolutamente ninguna. No moraliza ni interrumpe a sus personajes, solo cuenta sin mucho ornamento pero lo hace en detalle. Si sale un tribunal de justicia veremos uno muy creíble y la idiosincrasia de la gente que trabaja en él, sus costumbres, sus limitaciones, sus problemas… Y aunque no llegue al extremo de David Foster Wallace que parecía un nivel de escritor casi obsesivo compulsivo, tienes la sensación de que sabes lo necesario sobre el asunto que se detalla. Sin demasiada información de más. Con buen ritmo para no aburrir. Cuenta lo justo y necesario, con eficiencia de narrador perfecto. Para los admiradores como yo, lo es.
Aquí trata la historia de una jueza del Tribunal Superior, Fiona, que acostumbrada a juzgar el derecho de familia tiene un problema de ese estilo en casa. Su marido, al borde de la sesentena le dice que la quiere pero desea tener una aventura con una jovencita. Que le permita hacerlo pero que ellos seguirán como pareja. Ella desde luego se indigna y se niega y a pesar de que no mantienen relaciones sexuales desde una época que ni recuerda tampoco quiere que él lo haga. Esto la afecta, hay problemas y un trabajo psicológico de Fiona por parte de Ewan que me parece muy logrado (entre otros logros que abundan). Y entonces le cae el caso de un adolescente, Testigo de Jehová, maduro para su edad y muy atractivo. Sus padres se niegan a dar el consentimiento para hacerle una vital transfusión de sangre. Ella se meterá en el caso más de lo que pide su trabajo. Y con ese punto de partida todo serán piezas que encajen hacia el final del libro, siempre encajan con Ewan. Sigo esperando que me decepcione. O mejor no, que no lo haga nunca. Quiero seguir leyendo estas historias tan inteligentes y trabajadas dónde un escritor hace bien sus deberes y se documenta sobre los temas que analiza y no trata de adoctrinarnos sobre ellos, más bien nos deja el debate encima de la mesa. Mejor así, porque elige temas espinosos y le podrían caer polémicas injustificadas como a su compañero de generación Martin Amis (cómo deseo leer su último libro).

En “La ley del menor” volvemos a ver a la humanidad retratada desde fuera, como desde el ojo de un narrador que no quiere opinar y observa fríamente los despropósitos de nuestra sociedad, aparentemente civilizada pero en ocasiones hipócrita cuando no estúpida. Y los temas que vemos desfilar dentro son varios (la vejez, la soledad, la justicia, lo poco que nos conocemos ante ciertas situaciones inéditas…). No sé por qué no veo a este autor en los clubs de lectura de las bibliotecas. Pero bueno, que sepáis que es caviar.    

lunes, 18 de enero de 2016

Un hombre enamorado


Pues a pesar del título no veo yo que ese sea el tema principal de más de seiscientas apretadas páginas de monólogo. ¿Un hombre enamorado? Sí, el autor nos cuenta su enamoramiento. Lo hace durante algunas páginas de la novela pero cuando miro hacia atrás y pienso en lo leído, ¿siento que he leído la historia de un hombre enamorado? Como no sea de sí mismo o de escribir…
Este es el segundo tomo de una obra de seis que de manera autobiográfica describe la vida de un autor del que no sabíamos nada por aquí hasta que Anagrama comenzó a publicarlo. La obra al completo se denomina Mi lucha y comienza con  La muerte del padre, un libro con el que me aburrí y me entretuve a partes iguales a principios del año pasado. Más o menos lo que me ocurre con esta segunda parte. Aquí Karl Ove se expatria él solito de Noruega a Estocolmo. Allí continua su amistad con Geir, otro noruego intelectual y amigo del boxeo (un Hemingway norteño pero nadie parece percibirlo en el libro). Se reencuentra con Linda, una poeta que había conocido en una convención de escritores y que será su segunda mujer. Dejará a la primera para enamorarse de esta y seguramente darle un poco de sentido al título de esta segunda obra. Pero también podría haberse titulado Los engorros de ser padre cuando quieres ser escritor, La mierda del matriarcado o Vida burguesa, charlas pseudointelectuales sobre autores norteños que sólo se conocen entre ellos.
El autor se pasea por sus páginas a su aire. Como si escribiera un blog y pudiera escribir lo que le da la gana. Igual te habla de lo mal que lo lleva paseando a sus hijos por las calles suecas que se pone a charlar sobre un escritor que por aquí abajo no hemos oído en la vida o monta una cena con los amigos y se detiene unas cincuenta páginas a transcribir lo que hablaron. A veces me entretiene porque me gusta la literatura sobre literatura (también habla de autores más asequibles para nosotros, clásicos universales). Pero su problema es que cree que todo él es interesante en todo momento. De la más mínima observación te escribe largas digresiones. Parece recordar o creer recordar hasta la última fémina a la que vio y con la que fantaseó en el transporte público. Eso, unido a que es un llorica, irrita ocasionalmente. Aún así soy de los que no se han aburrido lo suficiente como para no seguir con el resto de su pequeña vida ampliada. Acaban de editar el tercer volumen por estos lares y ahora se irá a la infancia. Alguna vez, cuando tenga tiempo y ganas regresaré a sus digresiones. Sólo por poder pasear por una sociedad como la noruega o la sueca ya me ha valido la pena el viaje. Son parecidos a nosotros y a la vez distintos. Suele pasar cuando te metes en la mente de otro ser humano, que comienzas a entenderle. A ver cuando la literatura de Oriente Medio se suelta la melena y podemos saber qué ocurre en sus interiores tan alienígenas para Occidente.
En cuanto al estilo de este autor, tirando a plano, nada retórico, muy fácil de vender más allá de la intelectualidad elitista.

“No es que nazcamos iguales y las condiciones de vida hagan nuestras vidas diferentes, sino al revés, nacemos diferentes y las condiciones de vida igualan nuestras vidas.”

“Sentía una imperiosa necesidad de dormir, de acostarme en una habitación vacía, apagar la luz y simplemente desaparecer del mundo. Eso era lo que añoraba, y lo que me esperaba, horas de obligaciones sociales y parloteo, me parecía insoportable. “(esto es muy de escritor, no somos muy sociables por lo general)

“No debes creer que eres alguien.
No creas ni de coña que eres alguien.

…Solo eres una mierdecilla…Cállate, agacha la cabeza, trabaja, y sé consciente de que no vales una mierda”      (glups, este tío no se quiere, os invito a leer lo que se hace con una cuchilla en la cara cuando le dan calabazas)

Literatura amante del cotilleo. Éxito asegurado. 

domingo, 3 de enero de 2016

La mucama de Omicunlé



Si cada persona es un mundo, Rita Indiana (1977) es una galaxia.
La verdad es que he entrado medio avisado en este libro. La contraportada te da alguna idea de lo que te espera pero no llega, no puede hacerlo, lo que hay dentro es demasiado. En apenas ciento ochenta páginas. Demostración empírica de que los libros breves también pueden ser obras mayores. Algunos son más grandes que su tamaño. Y este no deja poner el piloto automático ni al lector más avezado. No te deja respirar. Tienes que estar atento en cada página porque no hay párrafo sin perla, sin idea brillante o historia inesperada… Es denso. Casi agotador. Probablemente un libro que se disfrutará incluso más si se relee ya sin la tensión de saber hacia dónde van todas esas historias caribeñas de anticipación.
Rita Indiana, además de escritora fue cantante y compositora. Mezcló el merengue con el dance y le salió algo tan marciano como lo que puedes ver por youtube. En la novela te habla de cantantes como Miss Kittin o Morcheeba, de arte moderno, de bucaneros y gente que está en pasado, presente y futuro, de ecología. Y mucho más, entren y vean.
Las claves que da la su sinopsis son estas “La historia arranca en el apartamento de la santera y asesora del Presidente dominicano Esther Escudero, llamada también Omicunlé desde que, en un rito afrocubano, se convirtiese en servidora de la diosa Yemayá. Su joven mucama, Alcide Figueroa, a la que Esther ha apartado de la prostitución gracias a la colaboración de otro personaje fundamental, Eric Vitier, está a punto de vivir una historia de pasados, presentes y futuros vertiginosa y, por momentos, aparentemente imposible.”   
La novela está ambientada en un futuro cercano a no más de quince años vista. En este Santo Domingo futurista Rita Indiana pasa una mirada inteligente e imaginativa por los temas que le interesan. Si te despistas puedes perder el hilo. O no caer en algún párrafo subrayable:

Cuando escuchaba un término por primera vez, surgían “de la nada” un chorro de referencias, información y menciones sobre el mismo, como si el universo materializara las herramientas de aprendizaje o como si aprobara un trayecto específico de conocimiento.”

Esta novela es como una performance escrita. El postmodernismo del postmodernismo. Lo que viene después de la última tendencia y el final de la escalera de la vanguardia.
Asumo que no todos los paladares la vayan a disfrutar.

Como objeción decir que no me parece buena lectura para el metro en hora punta y con un grupo de raperos en mode free style animando el vagón.