A Ian McEwan le conozco tanto como se puede conocer a un
escritor del que has leído todo lo que se ha publicado en tu país y cuando
resulta que en tu país se ha publicado toda o casi toda su obra. Porque este es
de los que sacan novela y luego llega Anagrama y la publica religiosamente
cuando se ha hecho la traducción pertinente. Creo que normalmente se aprovecha
la reentré de final de verano para colocarla en las estanterías.
A estas alturas ni siquiera estoy seguro de cuando leí su
primer libro pero hace mucho, más de diez años.
En este, toca libro pequeño de ciento veintisiete páginas,
tenemos al Ewan de siempre que nunca baja el pie del acelerador de lo genial.
Varios asuntos aparentemente alejados entre ellos confluyen
hacia un final muy preparado. Porque da la sensación de que a este escritor le
gusta coger su objeto de estudio, analizarlo, sacarle todo el jugo, contemplar
todas sus posibilidades y no dejarse absolutamente ninguna. No moraliza ni
interrumpe a sus personajes, solo cuenta sin mucho ornamento pero lo hace en detalle.
Si sale un tribunal de justicia veremos uno muy creíble y la idiosincrasia de
la gente que trabaja en él, sus costumbres, sus limitaciones, sus problemas… Y
aunque no llegue al extremo de David Foster Wallace que parecía un nivel de
escritor casi obsesivo compulsivo, tienes la sensación de que sabes lo
necesario sobre el asunto que se detalla. Sin demasiada información de más. Con
buen ritmo para no aburrir. Cuenta lo justo y necesario, con eficiencia de
narrador perfecto. Para los admiradores como yo, lo es.
Aquí trata la historia de una jueza del Tribunal Superior,
Fiona, que acostumbrada a juzgar el derecho de familia tiene un problema de ese
estilo en casa. Su marido, al borde de la sesentena le dice que la quiere pero
desea tener una aventura con una jovencita. Que le permita hacerlo pero que
ellos seguirán como pareja. Ella desde luego se indigna y se niega y a pesar de
que no mantienen relaciones sexuales desde una época que ni recuerda tampoco
quiere que él lo haga. Esto la afecta, hay problemas y un trabajo psicológico
de Fiona por parte de Ewan que me parece muy logrado (entre otros logros que
abundan). Y entonces le cae el caso de un adolescente, Testigo de Jehová,
maduro para su edad y muy atractivo. Sus padres se niegan a dar el consentimiento
para hacerle una vital transfusión de sangre. Ella se meterá en el caso más de
lo que pide su trabajo. Y con ese punto de partida todo serán piezas que
encajen hacia el final del libro, siempre encajan con Ewan. Sigo esperando que
me decepcione. O mejor no, que no lo haga nunca. Quiero seguir leyendo estas
historias tan inteligentes y trabajadas dónde un escritor hace bien sus deberes
y se documenta sobre los temas que analiza y no trata de adoctrinarnos sobre
ellos, más bien nos deja el debate encima de la mesa. Mejor así, porque elige
temas espinosos y le podrían caer polémicas injustificadas como a su compañero
de generación Martin Amis (cómo deseo leer su último libro).
En “La ley del menor” volvemos a ver a la humanidad retratada
desde fuera, como desde el ojo de un narrador que no quiere opinar y observa
fríamente los despropósitos de nuestra sociedad, aparentemente civilizada pero
en ocasiones hipócrita cuando no estúpida. Y los temas que vemos desfilar
dentro son varios (la vejez, la soledad, la justicia, lo poco que nos conocemos
ante ciertas situaciones inéditas…). No sé por qué no veo a este autor en los
clubs de lectura de las bibliotecas. Pero bueno, que sepáis que es caviar.