domingo, 19 de noviembre de 2017

Francamente, Frank



El alter ego de Richard Ford es sin duda Frank Bascombe, su personaje más íntimo. El personaje de una trilogía algo más que exitosa: El periodista deportivo, El día de la independencia y acción de Gracias. Si no recuerdo mal leí hace muchos años el segundo y creo que no estaba preparado para una literatura más descriptiva que  de acción. Pero años más tarde, con más bagaje literario me quedé prendado con sus cuentos y sobre todo con Canadá. Redescubrí a un autor al que ya le entendí la grandeza. Porque se puede ser Shakespeare pero ni Shakespeare le gusta a todo el mundo. Y Richard Ford imagino que tampoco.
Con ese pasado llego a “Francamente, Frank”. Este supondría un epílogo a la trilogía de la que hablo. El personaje tiene sesenta y ocho años. Un personaje jubilado y reflexivo.
Diría que son cuatro historias o cuentos pero no hay historia. Se puede escribir sin narrar una historia y sin embargo sentir que te han explicado algo. En la primera “historia” Frank visita los restos de la casa de un tipo al que le vendió una casa que se le llevó un huracán (curioso que lo he leído tan cerca de las noticias sobre estos desastres del clima). En el segundo una señora le visita porque quiere ver la casa en la que vivió cuando era niña y en la que ahora vive Frank. En otro visita a su ex mujer Anne que tiene una enfermedad terminal y la vive en una clínica de alto standing. Termina… Da igual. Ya ven que las historias no son de suspense o acción precisamente. Pero la aventura mental del escritor sí me interesa. Ese vistazo melancólico a lo que a todos nos espera (con suerte) cuando empecemos a recoger las cosas de nuestro escritorio y empecemos a dejar espacio a los que vienen detrás. Tal vez por eso me choca que la contracubierta hable del sentido del humor de Richard. No es un libro con el que me haya reído precisamente. En ocasiones he sonreído mentalmente pero esto es más una reflexión sobre la humanidad (ver su interesante reflexión sobre lo innecesario de tener muchos amigos y de lo sobrevalorada que está esta amistad). Parece un libro de Domingo, sofá y té. Pero también es buena literatura. Porque habla de temas eternos como las relaciones de pareja, la citada amistad, nuestro rápido paso por la tierra… Todo eso sin alardes ni excesos. Con su habitual estilo sin adornos. Seco pero directo como mucha de la literatura americana. Y sin embargo con un estilo fácilmente distinguible.
No consumir en caso de bajón.

“– Creo que ya es hora de que te vayas.
Anne abre los ojos desmesuradamente, pero no mueve los pies.
-      Lo sé- digo.
No hay necesidad de tocar, besar, abrazar. Pero lo hago de todos modos. Es nuestro último fetiche. El amor no es otra cosa, al fin y al cabo, que una interminable serie de actos individuales.”  Pág. 166