lunes, 25 de julio de 2016

La guitarra azul



Regresa John Banville después de pasarse unos años como escritor de novela negra llamado Benjamin Black. Como todo cansa, habrá decidido volver a ser el que era aunque realmente nunca haya dejado de ser nada. Para mí, por mucho que los escritores se cambien de nombre, el estilo les delata.  Y no es que este irlandés se haya escondido de nadie. La editorial es la primera que te cuenta su vida en la solapa y sus desdoblamientos de personalidad.  
Pero aquí regresa con ganas de hacer bueno lo que citó en alguna entrevista sobre eso de que existen el verso y la prosa y que la poesía puede estar en ambos. Él quiere que en su prosa exista poesía y ocasionalmente lo consigue. En este libro que nos ocupa no es tanto un asunto de metáforas o lenguaje como de melodía. Porque coges el libro y te deslizas por él casi sin darte cuenta. Pasas páginas, lo corres y lo recorres y sientes que cada frase lleva inexorablemente a la siguiente y es como una cuesta muy inclinada y hacia abajo que te empuja a correr. Pero no entendamos hacia abajo como una degeneración del proyecto o en sentido negativo. Entendámoslo aquí como un fluir. Eso es. Si Banville fuera rapero diría que este libro tiene flow, que fluyen sus palabras y te hacen fluir con ellas. Aparentemente sencillo y sin complicaciones, ni siquiera el tema de cuernos y ladrones es original o complejo en su estructura, es una excusa para que el escritor pueda hacer un ensayo sobre sus preocupaciones. Y tal vez ahí se le vaya la mano. Es mi única objeción. Me gusta cuando escribe sobre lo que se le ocurre y reflexiona así, en plan general,  sobre la vida. No me gusta tanto cuando Oliver, el personaje principal, retrocede y me cuenta su niñez y su pasado. Y no es que no sea necesario o no esté bien descrito. Es sólo que quiero saber qué es lo que va ocurrir con ese último robo que ha realizado en su cleptomanía el personaje principal. Quiero saber en qué queda lo de robarle a su amigo su mujer (por más que deberíamos pensar que su mujer se pertenece a sí misma, el amor siempre habla de posesión aquí y posesión allá). Pero no nos preocupemos por la digresión. Este escritor es muy controlador con su obra. Estilo chejoviano. Si escribes sobre un alguien que amartilla un clavo ese clavo tiene que estar ahí por algo. Todo confluye hacia el final. No se escribe para dejar clavos sueltos, hay muy poco de casual en su literatura. Este es de los que quieren mantener control absoluto sobre su narración y hacernos creer que lo tiene todo pensado. Y además también tiene algún que otro giro que no esperas. Por más que no es esta una novela en la que haya una acción vertiginosa. La anécdota es minimalista. No hay más aventura que lo que ocurre en la mente de este pintor con tendencia a llevarse todo lo que no es suyo. Pero está muy bien expresado.
Por más que algunos periodistas que se citan en la solapa se emocionen más de la cuenta. “…se seguirá leyendo mucho después de que todas esas novelas cacareadas a bombo y platillo hayan acabado en la papelera de la historia de la literatura”.  Este debe ser muy amigo suyo. Tampoco es para tanto. Aunque merece la pena. Banville decepciona poco si ya le conoces.

Siempre he pensado que uno de los aspectos más deplorables de la muerte, aparte del terror, el sufrimiento y las heces, es el hecho de que cuando yo no esté, nadie contemplará el mundo desde mi perspectiva. No me malinterpretéis, no me hago falsas ilusiones sobre mi importancia en el intrincado esquema de las cosas. Vendrán otros con otras visiones del mundo, incontables billones, una mezcolanza de mundos, cada visión inseparable de cada individuo, pero la que yo habré creado, por el mero hecho de mi breve paso por él, se perderá para siempre”               

lunes, 18 de julio de 2016

La isla de la infancia. Mi lucha 3



En una entrevista al cómico Berto Romero le preguntan qué estaría dispuesto a hacer por reír y responde que bajarse los pantalones y enseñarle los huevos al entrevistador.
Sin salir de la comedia, Raúl Cimas dice que se humilla como haga falta para hacernos reír en un cortometraje donde le vemos de perfil, a cuatro patas sobre una cama, como si estuviera siendo sodomizado por él mismo y le doliera y le gustase a la vez(un corto muy bizarro dónde hace el amor consigo mismo).
Ahora barriendo para mi casa debo decir que en mi otro blog, el personal, conseguí grandes épocas de visitas cuando iba más lejos en la confesión, cuando me dejaba la vergüenza en algún otro lugar que no fuera el ordenador y explicaba lo que fuera, sin importarme que hubiera amigos no virtuales y de los que te saludan o te llaman por teléfono cuando leen algo que se sale de lo normal y hasta te preguntan por el asunto del que has escrito. Y esa desvergüenza, al mirar las estadísticas, era comercial. No es que sacase nada pero se me visitaba más de lo normal. El cotilleo vende.
Todo lo dicho es porque me pregunto si Karl Ove Knausgard hubiese llegado tan lejos en su carrera literaria si las dos primeras partes de su sextalogía “Mi lucha” no le hubieran montado un escándalo, le hubieran denunciado y toda esa polémica le hubiera rebotado en forma de éxito abrumador. Todavía me lo pregunto. No sé si es un gran escritor. Su prosa es plana. Las dos primeras partes de la autobiografía o confesión tienen graves fallos de ritmo. Ya comenté por aquí el anterior libro y a ratos me aburría y a ratos me interesaba. Por más que al autor no me acababa de caer muy bien. Y sigue sin hacerlo. Pero aún así admito que gran parte del éxito es algo tan básico como lo que llevo contando aquí, el no tener frenos ni sonrojo alguno a la hora de abrirse al lector. Lo tachan de generoso. Sí, mucho. Con su vida y con la de los demás. Pero en esta tercera parte regresa a su infancia y no creo que nadie le denunciase por eso. En esta tercera lucha mejor escrita a mi parecer que las anteriores y mucho más estructurada, las partes son más armónicas, no hay esos cambios de ritmo tan exasperantes, la historia mantiene su cadencia y ha conseguido interesarme, retrotraerme a mi propia infancia, tan distinta, tan mediterránea y tan poco nórdica pero en fin, los niños son un país aparte, ya lo decía el poeta con sus propias palabras.
Knausgard nos narra su infancia desde que nace hasta los trece años aproximadamente. Y de paso la relación con su severo padre, un progenitor prototipo de los de antes, más temible que digno de amor. Y también asistimos a las aventuras del niño más llorica de la historia de la literatura. No menos de cien irritantes llantos. El autor lloraba porque unas niñas le quitaban los caramelos, porque su padre le gritaba, porque no leían su redacción en el colegio, porque no podía visitar a sus abuelos, porque… la lista es inagotable pero agotadora. De ahí que el tipo me siga resultado repulsivo incluso de niño. Pero a la vez me fascina. Porque no deja indiferente. Porque se desnuda con tanto detalle que pocas veces se ha visto algo así. Por más que dudemos que pueda recordar tanto y tan detallado sobre su vida. Es obvio que inventará dramatizaciones de su historia pero son tan creíbles que casi crees que su pasado está filmado y ahora lo reproduce. ¿Cómo recuerda tantos nombres y apellidos de compañeros de clase de cuando tenía siete años?  ¿Lo ha investigado? Esta es una de las muchas dudas que me suscita porque juraría haberle leído en una entrevista que lo hacía todo de memoria. Claro que teniendo en cuenta la catadura del individuo puede ser otra de sus mentiras(a su padre le miente por estupideces en el libro y le acaban calentando, siempre con la misma tortura, retorcerle la oreja al máximo de sus posibilidades, tal vez el autor lleve ahora el pelo largo para ocultar alguna deformidad del pabellón auditivo).
Este era el libro que menos me interesaba en principio pero ya me había hecho al personaje y quería saber hacia dónde iba. Pensaba que aquí no habría carnaza y de hecho no la hay en tan alto grado como en “Un hombre enamorado” pero aún así me ha entretenido, ya me ha convencido definitivamente de que terminaré de leer su vida tan común, tan diferente, tan expuesta. Esta nueva literatura del cotilleo nos enseña la cantidad de miedo y miseria que hay en la vida de todos. Y tal vez reconforte ese mal de muchos. Es la base del cotilla, sentirse mejor viendo que otros están peor o lo son. Ah, sí, he dicho miedo. El miedo que no nos falte. Cada uno lo tiene por algo. Y Knausgard es un catálogo de terrores infantiles. Le acojonan hasta las tuberías cuando hacen ruido.
Yo hubiese sido un padre más severo que el suyo porque el niño es repelente como pocos (ver su comportamiento en clase). Pero el escritor me interesa ya que el niño o el hombre no tanto. No sé si podría llamarlo placer culpable. Creo que esta literatura habla sobre algo más profundo que lo que vemos y nos enseña un buen espejo de algo indefinible pero disfrutable. Finalmente me ha convencido. Le ha costado unas mil setecientas páginas pero más vale tarde que nunca.      


domingo, 3 de julio de 2016

Voces de Chernóbil



Con el premio Nobel siempre me ocurría lo mismo. Estaban los premiados que me hacían gruñir de descontento porque no los conocía y parecían premiados para satisfacer a tal o cual país (una especie de premio de cuota de esos que no me acaban de gustar). Luego estaban los que si conocía y solían gustarme.
Ahora tengo que incluir una nueva etiqueta. La de los premiados que desconocía y me hicieron torcer el gesto pero luego, al leerlos, me han parecido maravillosos y muchas gracias papá Nobel por descubrirme a este escritor o a esta escritora que no sabía que necesitaba tanto.
Svetlana Alexievich, en este libro que es por encima de todo un inmenso monumento periodístico, me sorprende de variadas formas. Consigue aterrorizarme con los cuarenta monólogos que selecciona de este evento, me impresiona favorablemente con su propia visión personal de los hechos y su lectura inteligente del asunto, me enseña a ver la realidad de otra forma, me admira por su valentía.
He leído bastante literatura periodística o ensayos. Gente como Gay Talese o Tom Wolfe y sí, vale, son estupendos, no voy a olvidarlos. Pero Svetlana me ha llegado mucho más que cualquiera de ellos. Tal vez porque me ha pillado con la guardia baja. O tal vez porque el tema que trata es tan sorprendente y está llevado con tanta maestría que no hay más camino que aplaudir y basta.
He leído en algunos blogs que les impresiona este o aquel monólogo. Yo creo que todos cuentan. Pero a cada persona le llegará más uno que otro.
A mí me impresiona el de la chica que viene de las guerras de disolución de la URSS y le tocó ser rusa en el lado equivocado de la frontera. De esa escena de hospital dónde unos soldados cogen al recién nacido de una parturienta, con cinco minutos de vida, le preguntan a ella si es del pueblo equivocado o no y al ver que nadie responde lo tiran por la ventana como si ya recién nacido fuera un enemigo a batir. Son sólo unas líneas pero de esas que si creyera en Dios dejaría de hacerlo. Y luego ves por dónde va este testimonio. Ella, la chica de esta historia de guerra con infanticidio vive ahora en Bielorrusia dónde la desgracia de Chernobil, expuesta al veneno de la radiación pero claro… Ella ha visto el mal que hacen los hombres. Aunque sabe  que la radiación mata, esta no se ve así que prefiere estar en zona contaminada. No deja de hablar y contar sobre la maldad humana para que entendamos por qué prefiere el riesgo radiactivo. Y yo la entiendo. Los hombres son más radiactivos, su maldad más evidente, menos comprensible, más impactante.
También están los testimonios del ejército al que más obligaron que enviaron, de la gente que no se quería ir de sus casas, de las historias de amor con final dramático o peor, de… Bueno, el libro es excelente pero no está precisamente diseñado para dejar buen cuerpo. A mí no me abandona una vez leído. Lo llevo encima como un trauma. Entiendo que no todo el mundo quiera entrar a pesar de lo bien construido que está. No cualquiera lo hubiera orquestado de una manera tan inteligente. Y más en un país enorme y frío dónde el poder está por acallar a la gente y no dejar que el resto del mundo sepa de ellos y de sus  miserias. Pero Svetlana hizo este ejercicio de verdad y coherencia y dejó hablar a los protagonistas de una catástrofe que en 1986 tuvo alcance global (su nube radiactiva se paseó por todo el planeta). A todos los representativos. De manera exhaustiva. Sin cortes. Sin deseos de ponerle azúcar a la realidad. Svetlana tiene premio de literatura sin ser escritora vale, pero recuerdo a Obama que lo fue de la paz sin haber hecho nada a favor de las palomas o las banderas blancas. Svetlana tiene un premio que igualmente se merece y que además debe ser su amuleto contra los juicios, me alegro por ella, parece más un premio al valor, un escudo internacional contra sus enemigos (esperemos).  

Un gran libro. Un libro horrible. Un libro que había que escribir.