domingo, 17 de marzo de 2013

Muerte en verano

Es la cuarta entrega de la saga de novelas del personaje Quirke, investigador enamoradizo, bebedor y fumador compulsivo. Es la quinta entrega de novelas firmadas con el seudónimo Benjamin Black para el escritor John Banville(actualmente hay una entrega más de este mismo año). Este seudónimo(B.Black), lo usa el escritor para distanciarse de su literatura mainstrean en contraposición a la literatura de género negro que utiliza en este libro que nos ocupa. Pero se llame como se llame el estilo, Banville siempre está ahí. Detallista, amigo de los retratos psicológicos profundos y de las reflexiones entretenidas e interesantes, de la prosa atildada, de la aventura del pensamiento por encima de la anécdota.
En la novela que me ocupa encuentro algunos detalles que respetan el canon de novela negra y sus artificios. Aproximadamente. Hay un crimen sobre el que investigar, hay una mujer fatal pero no tanto, hay un poco de sexo para el protagonista, un mucho de alcohol y tabaco, alguna escena de tortura(que aquí está fuera de plano pero la imaginación está para eso, para montar lo que no se muestra), algunas posturas amargas del personaje principal ante este mundo dónde en la superficie todo es hermoso como en un parque dónde la gente retoza en la hierba y sin embargo, en lo profundo del lago, hay peces devorando a otros, fango, oscuridad... (idea que apunto de memoria y que se le ocurre a uno de los malvados de la historia). Por todo eso y porque estamos en los años cincuenta podemos decir que esto es género negro y que eso justifica que el escritor se cambie el nombre y juegue con nosotros a ser ese otro que quiere ser. Según Banville, a su seudónimo se le ocurren más historias y más rápido que a su yo de literatura mainstrean. Yo creo que además le debe dar más dinero. Y no solo eso. No es lo mismo recrear una historia de cero e inventar un mundo de la nada que seguir con la misma historia y con un personaje al que ya conoces. El mundo de Quirke ya está trabajado en historias anteriores. Ahora sólo se trata de darle algún crimen para investigar y me imagino que poco más. Y se nota. Porque no sé si seré yo pero en esta novela le veo menos fuerza a todo el invento, como si estuviera el piloto automático puesto. La novela la leí en cuatro días que es un tempo medio para mí, ni muy rápido ni muy lento. Significa esto que me ha gustado, me ha entretenido en el buen sentido de la palabra. Pero también significa que no me he parado demasiado a observar el paisaje ni a recrearme con las frases Banville porque no me ha parecido especialmente relevante. A Quirke se le ha ido un poco el gas. O mejor dicho a Benjamín Black.
Y eso sin contar con el gran problema que le veo a un escritor que se mete en terreno ajeno. Que no lo domina tan bien como cree. No en este caso. Para mí sigue siendo Banville en sus buenos momentos y algunas críticas que he leído por la red confirman mi sospecha. Los amantes de la novela negra no serán los mejores admiradores de su investigador. Le falta acción a la historia. Y es en esto dónde se salta las leyes del género que más triunfa ahora(al menos en mi país).
Yo puedo leerlo con placer de lector no especializado en este género(creo que es el único al que me he resistido toda mi vida y ya voy entrando, por fin). Leídos otros colegas suyos de novela negra tengo que decir que si bien algunos escriben peor tienen cierta fascinación derivada de su buen ritmo o su buena capacidad para inventar historias. Y es que este libro triunfa en el estilo pero fracasa en la anécdota. No es que cuente poco, es que lo que cuenta excluye casi totalmente la acción así que tu decides. Depende del tipo de lector que seas, omnívoro o especializado en noir, te gustará más o menos. Si le das a todo, adelante.
Aunque ya puestos Banville, en caso de no haberlo leído, da mucho más juego que Benjamín Black.

domingo, 10 de marzo de 2013

Nada se opone a la noche

Aunque antes de leerlo tenía las mismas reticencias que la misma escritora antes de escribir su libro (¿Otro libro de escritor-a sobre la madre muerta?) decidí darle una oportunidad por el enorme éxito que en Francia, un gran país para la literatura, le avalaba. Y Delphine de Vigan consigue demostrarme que nunca se habrá escrito bastante sobre nada mientras haya una visión particular, inteligente y artística al respecto. Porque este libro no cuenta nada que no se haya contado antes(o sí, pero parecido) y sin embargo resulta interesante en sus casi cuatrocientas páginas de confesión literaria. ¿Por qué? Tal vez sea porque no escatima los puntos más oscuros de su familia arriesgándose a llevarse mal con ellos, porque a pesar del desorden que dice que encuentra la escritora en lo que cuenta a mí me parece una estructura perfecta y diáfana que se entiende perfectamente(y en la que no te pierdes a pesar de los personajes, acabas siendo como lector, uno más de la familia), porque no hay un ensalzamiento glorioso de la madre y vemos una balanza con lo bueno pero también con lo mucho terrible que hubo.
El esfuerzo literario de la escritora por no dejarse nada acaba aceptando que ninguna historia es realmente lo que ocurrió. Coteja historias con puntos de vista que a veces se contraponen. Cada familiar recuerda lo que puede o lo que quiere y la misma anécdota se la contaron de modos muy distintos. Ella decide que al final te tienes que quedar con una historia, la tuya, la que aceptas y te va bien y eso es lo que nos narra en esta novela tan actual, tan poco novela. Como los ejercicios autobiográficos de sus compatriotas Carrère o Beigbeder, la escritora elige como tema para la novela lo que mejor conoce, su propia historia o una que le es cercana, la de una madre con graves problemas mentales pero también con sus heroicos triunfos incluso en mitad de la enfermedad. En ningún momento es aleccionadora. Sólo cuenta y nos muestra sus dolores y sus complicaciones mientras escribe pero no busca un juicio positivo o negativo. Ni siquiera cuando habla del abuelo que en otras manos menos sensibles o inteligentes degeneraría en novela panfletaria contra... Bueno, mejor no decirlo por si alguien no sabe qué es lo que ocurre con ese inteligente y simpático pero también siniestro abuelo George.
Toda la novela me ha recordado o me ha hecho reflexionar que es muy relativo lo de la oveja negra. Que en cada clan hay más bien unas cuantas ovejas de ese tono y otras que esconden su diferencia y en general que nadie está libre de no ser normal porque la normalidad es relativa.
¿Se habrá liberado la autora de sus fantasmas personales escribiendo esta terapéutica novela? No lo sé. Sí se que la novela me ha brindado unas cuantas horas de agradable lectura. No todo son obras maestras pero entre clásico y clásico, son estas las historias que apetece leer.

lunes, 4 de marzo de 2013

Hombre lento

Este es un justo premio Nobel. El escritor, digo, no la novela en particular de la que desconozco sus premios. J.M. Coetzee escribe bien y tiene todo tipo de argucias estilísticas para que no salgas de sus novelas pensando que has leído el redactado de un hecho más o menos interesante y ya está. En J. M. Coetzee siempre hay niveles. Por más que pienses que ya lo sabes todo. En esta novela entramos creyendo que es algo sobre la vejez cuando el personaje principal, un señor de unos sesenta años es atropellado por un coche y pierde una pierna. O cuando este se enamora "aproximadamente" de su cuidadora, una señora casada y con hijos, veinte años más joven. Lo de aproximado lo digo porque Paul, el personaje, no es demasiado apasionado:

"En resumen, no es un hombre apasionado. No está seguro de que le haya gustado nunca la pasión ni haberla aprobado. La pasión: un territorio extranjero; una aflicción cómica pero inevitable como las paperas, que uno espera pasar mientras todavía es joven en una de sus variedades más leves y menos destructivas, para no cogerla más tarde y de forma más grave. Perros presa de la pasión apareándose, con muecas desdichadas en la cara y las lenguas colgando".

Pero hay un momento en que leyéndole te sientes asfixiado por la casa y el semi-encierro de ese hombre que se siente mayor de lo que es. Y es entonces cuando aparece Elisabeth Costello, una mujer que lo sabe todo de él y que viene de "okupa" a su casa. Pronto entenderemos que la novela puede entenderse así, literalmente, como un personaje extraño y casi mágico encarnado por una Elisabeth que quiere escribir un libro sobre Paul o... entender que Elisabeth es el personaje travestido que usa el autor para meterse en la novela. Elisabeth es Coetzee. Un personaje no demasiado querido por el personaje principal de la narración que no quiere que se inmiscuyan en su vida y que recuerda esas luchas del escritor contra su propia obra que a veces se le va de las manos. Y en mitad de todo eso volvemos a los temas habituales de Coetzee que como en "Verano" plantea las dudas de un hombre mayor que aún desea o ama el cuerpo de una joven.

"Y aprendí una lección de ello: que el amor no necesita ser recíproco, siempre y cuando haya suficiente amor en la habitación. Aquella chica tenía suficiente amor para los dos... ¿Sabía usted eso? Si se ama con la bastante intensidad, no es necesario ser correspondido."

Pero Paul habla de una anécdota pasada. Ahora el enamorado es él. Por eso sigue creyendo que el amor no tiene por qué ser recíproco y ayuda a su asistenta aunque esta no le demuestre esa reciprocidad. Le basta con amarla y sólo por eso cree que esa relación existe. Aunque Elisabeth, la mujer que escribe sobre él, no haga más que poner en duda todo lo que él desea o cree que desea.
Vejez, amor, deseo, pasión, ficción contra realidad... Todo y más en este y en cualquier libro de un Coetzee que nunca escribe sin ir más allá de lo que ves.