lunes, 14 de marzo de 2016

Lolito



Noe, una amiga bloguera, decía una vez en su espacio que de cada libro podía sacar algo bueno. Creo que también de los malos. Y creo también que hasta cierto punto es cierto. Por más que los malos libros nos pueden quitar mucho tiempo y nuestra vida no es infinita. Pero aún así es cierto.
Esto lo recuerdo porque este libro de Ben Brooks, en principio, no me hacía falta. No soy su público objetivo. A veces me he sentido ridículo leyendo a un chico de apenas veintiún años con una madurez a juego (un chico de veintiuno escribiendo sobre las aventuras de uno de quince). Pero me gustó la contraportada. Lo que se leía, claro, porque la cubierta es un estampado de flores que no tiene mucha relación con lo que hay dentro que no es para mí. Pero vamos, que casi nunca me fijo en las cubiertas de los libros, muy buenas tienen que ser para captar mi errática atención.
Así que estaba en la biblioteca cargando libros de Cioran o sobre Cioran (un filósofo pesimista que me pone de buen humor), libros periodísticos (me gustan los articulistas, qué le voy a hacer) y libros de escritores sobre escritores. De pronto vi que llevaba como cuatro libros y todavía ninguna novela. Me conozco y sé que sin ficción no soy yo mismo. Necesito cuento, novela o derivados. Siempre. Por más que cierto amigo me suele decir que solo lee ensayos, que las novelas son cosa de mujeres. Gran teoría. A lo mejor llevamos una vida de amistad (desde el instituto) y todavía no se ha dado cuenta que no soy una mujer. Y que a pesar de su teoría necesito leer varias novelas al mes.
Así que cogí un par. Y una de ellas era la que nos ocupa porque me pareció ligera y venía bien para desahogarme de la filosofía opresiva que me llevaba. Palabras como facebook, twitter, blogs, etc. Me llamaban desde su sinopsis. Era la forma de entender la mente de un adolescente de hoy en día. Nuestro Salinger del siglo XXI, decían en la contraportada. Y por una editorial con el nombre de un perro que se les murió (Blackiebooks), una editorial molona, de las de cachondeo, ideal para mentes que necesitan jugar de vez en cuando pero con una cierta calidad. Un ex compañero de biblioteca me recomendaba siempre libros de esta editorial y decía que eran los “mejores”. Todos.  Segunda teoría de amigos o compañeros que puedo tirar hoy a la basura.
Porque este adolescente me cae mal hasta en las fotos que me salen en el google. Y ojo que no juzgaría lo escrito por la cara de su autor. Como con las portadas, pienso que no es relevante(a Pynchon ni le conozco ni le conoceré en la vida porque no quiere que nadie lo haga pero sus libros ya enseñan todo lo que debo saber sobre él). Pero tuve la curiosidad de googlearlo para saber qué cara ponerle al adolescente sin nada que decir de este texto. Mala idea.
Montones de páginas que podrían ser el diario de un chaval de quince años al que deja la novia y chateando y haciéndose pasar por adulto (muy mal, sus chats y sus bromas son infantiles pero es cierto que muchos adultos nunca crecerán así que tal vez cuele) se liga a una señora casada con dos hijos y bueno, hace de Lolito. Pero Ben Brooks se parece a Nabokov y al espíritu de “Lolita” como un huevo a una castaña. A Salinger tampoco me lo recuerda (ni siquiera lo ha leído, dice en una entrevista).
Este libro es el interior de la mente de un chico que como todos los chicos de su edad y mayores convierte su cuarto en pajilandia, piensa en beber y drogarse (uau, qué novedoso), ve vídeos extremos por internet (no puedo con tanta originalidad), piensa que los adultos son imbéciles (bien porque yo tengo una teoría propia, esta no es prestada de mis amigos, que dice que el noventa y cinco por ciento de los adolescentes son imbéciles así que quedamos en paz)… En fin, pura niñatada. Pero a pesar de todo, intento coger el espíritu y trato de aprender sobre esta edad. Hacía tiempo que nadie me explicaba cómo va a montar follón al cine. Yo siempre me veo desde el lado del tío que va al cine a pegarle una hostia a los que montan follón.
Finalmente hay un momento en el que me intereso por sus andanzas pero solo en plan cotilla, si me terminé el libro es porque quería averiguar hacia donde derivaría su relación con la señora esta. Y es que todo me parecía tan sin substancia pero a la vez tan cierto, que por lo menos sí estaba aprendiendo algo sobre esta generación. Y es que no es muy diferente a cualquier otra generación adolescente de cualquier época. Solo cambian las referencias adolescentes. Wes Anderson y el cine Indi, Murakami, la música de Cristal Castles, programas de televisión que ahora no recuerdo pero no me interesan y en general asuntos relacionados con el móvil e internet. Capacidad de atención y concentración nula. Capacidad para hacerme reír con sus estupideces, inoperante. El gran problema de este libro es que es como su autor, ingenuo. Lo que ves es lo que hay. No hay que leer entre líneas, no quiere decirte nada ni cambiar tu vida ni hacer que lo subrayes. Nada. Sólo es la historia que cuenta y esta, la verdad, no es tan apasionante que dé para libro. Pero si tienes veinte o así te puede gustar. Verás que la gente de tu edad también puede escribir y publicar. Este guiri lo consiguió viviendo en Barcelona y con esta editorial que… Vaya, pero si me pilla cerca, a lo mejor yo también podría atreverme. Si publican al bueno de Ben… por qué no…

Algo bueno he acabado sacando del libro. Tenías razón, Noe.   

lunes, 7 de marzo de 2016

Farándula




Estamos ante el último premio Herralde de novela. El de 2015, claro. Premios. Nadie se los cree. Y este tampoco. Esta autora tiene un buen puñado de su obra publicada en la editorial que ¡oh, casualidad! ahora le da un premio. El finalista de esta edición también estaba publicado por la editorial. Todo queda en casa. Mucho mamoneo es lo que hay. Desde luego van quedando pocas ganas de enviarle manuscritos a las ediciones de premios. Mejor buscarse un padrino extra-grande.
Pero vamos a la novela. Se anuncia como una muy borde, quiere hacer daño. En esta ocasión al mundo de la cultura rápida que tenemos montado dónde todo dura poco, dónde solo nos quedamos en la superficie de las cosas, dónde la gente se apunta a causas nobles sin saber muy bien por qué, también donde las viejas estrellas no tienen tiempo de llegar a viejas porque las nuevas se abren paso todo el tiempo. Pasan por su ¿argumento? un actor, Daniel Valls, que se apunta a defender esas causas y cae en desgracia frente a sus compañeros y hasta se llega a poner en ridículo. Este personaje me gusta especialmente porque diga lo que diga la autora, parece basado en  alguien real (yo veo a Willy Toledo pero esto es solo cosa mía y de mi imaginación). Vemos a una vieja gloria en decadencia y con síndrome de Diógenes en su ocaso (“El ocaso de los dioses”, película de Billy Wilder muy en sintonía con el libro). Vemos a otra actriz efervescente que se ve gordísima en pantalla pero es muy delgada en persona (y lo que hace por no parar de adelgazar). Vemos a la mujer noble y rica de Willy… bueno, del personaje de arriba, una sumisa impenitente con el tipo. Y leemos sobre el novio de la actriz anoréxica. En capítulos cortos como balazos Marta Sanz nos cuenta su odio en forma de parodia (en un fragmento dice que parodiar es odiar un poco) y su visión sobre la farándula (palabra que viene de faralaes y tarántula). Todo muy venenoso, muy inclemente. La autora no deja respirar a sus creaciones. Tal vez por eso no me las creo, porque no lo pretenden, son más esperpento que relato verosímil. No creo que ni los peores sean así o… Bueno, la frivolidad es muy típica de este mundo pero es que en la novela nadie, nadie te cae bien. Y no es cosa de risa, porque a veces más bien entristece ese sarcasmo.
Otro detalle que me llama la atención del libro es su gusto por las enumeraciones. Entra un personaje en una calle de Madrid y ya comenzamos con el inventario a base de muchas comas de todo lo que ves allí. Dispuesto,eso sí, con cierta gracia y ritmo. Yo no soy mucho de disfrutar este gusto de los poetas y los novelistas por la enumeración. Me los imagino con sus hijos y sus sobrinos jugando al “veo, veo que ves” y anotando en un papel todo lo que esté relacionado con el tema de la enumeración para luego correr a escribirlo en la novela y llenar de comas la página. Y como Marta Sanz disfrutaba al enumerar y yo me quejaba, va sobre el final y suelta la más larga enumeración posible, le ocupa dos o tres páginas o más, no sé, se me hizo larga. Pero menos mal que no abandoné porque mira tú por dónde, esa enumeración sí me gustó y llevaba a una pequeña reflexión y hasta tiene grandes logros, no solo dice lo que ve, juega con las palabras y la música y hasta el efecto y le sale bien pero no digo nada por si alguien quiere leerlo y todo esto le va sonando a spoiler(que no, que este libro no tiene argumento, ya lo he dicho, la gente habla y piensa pero no hay una historia con planteamiento, nudo y desenlace, así a lo clásico no se ganan ya los premios).
También hay monólogos interiores dónde habla la autora y sus personajes son como marionetas de guiñol porque se nota que el ritmo es siempre el mismo. Son monólogos apretados con frases largas y muchas subordinadas y decenas de comas. A lo Thomas Bernhardt o Elfriede Jelinek (incluso Javier Marías que es fan de alguno de estos). Estos monólogos donde una frase se estira para parecer el pensamiento de alguien (que sí, que para mí es la autora y no el personaje) son como el plano secuencia del cine. Quedan muy bien pero son difíciles y se puede no acertar. Aunque Marta Sanz sale airosa. El monólogo de Ana Urrutia hacia el final está muy bien hilvanado. Es por eso que me encuentro varios pasajes apreciables en la novela, por ese cuidado con el estilo. Aunque no haya personajes y sí arquetipos (todos muy malos o tontos o escatológicos). Aunque no soy muy de esperpentos. Aunque prefiero la ironía al sarcasmo. Aunque estos mensajes ya los tengo muy asumidos y sí, ya sé que “Eva al desnudo” más “El crepúsculo de los dioses” son grandes hitos del cine (se ha hecho mucha ficción sobre ambas, dan mucho juego).
 A pesar de todos esos “aunque” no me parece una mala novela. Es sólo que no me quiero sumar al entusiasmo sospechoso de ciertos diarios. Ni siquiera al de muchos blogs que a veces se dejan incendiar por opiniones leídas previamente.

Es sólo que uno llega a veces tan cargado de buenos augurios que lo que lee no puede estar a la altura. Tal vez sea eso.