lunes, 30 de octubre de 2017

Chicas muertas



Selva Almada escribe su novela más concisa e intensa. ¿Novela? No exactamente. Es literatura si Alexievitch lo es. Pero realmente no es lo que alguien podría considerar exactamente así. Aunque tampoco es un ensayo periodístico. Creo que está tocando varios de esos límites o que los cruza pero no se deja etiquetar fácilmente. Tampoco importa demasiado. Quiere contarnos algo y lo hace con nota.
Tres adolescentes de provincia en los años ochenta mueren impunemente. Tres chicas muertas, como resume el libro. Cuando Argentina celebraba su democracia de estreno. Y años después se investiga sobre lo que pudo sucederles. Este párrafo indica muy bien la intención de la autora y de la narradora, que parece más su alter ego que un personaje al uso.

Yo creo que lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo ¿entendés?” pág. 109

La novela quiere analizar por qué sucedió lo que sucedió con estas chicas y tantas otras anónimas mujeres que murieron por violencia de género. Sus ejemplos de agresiones a todos los niveles del hombre contra la mujer en ciertos ambientes rurales da alguna clave pero no quiere agotarse en eso. Hay alusiones a detalles de la propia familia de la autora-narradora. Detalles difíciles de abordar para alguien menos valiente que Selva Almada. 
La historia no cuenta grandes barbaridades pero me parece más espeluznante y terrorífica que si lo hiciera. Juega bien con el fuera de campo. Y nos hace empatizar con esas tres chicas que un día salieron de su casa para no regresar mas que en forma de comunicación macabra por parte de la policía. 
Diría que ciertos hombres podrían leerla y aprender algo pero me temo que el machismo no lee literatura femenina. O mejor dicho Literatura. Y el femicidio del que se habla aquí es más cosas de bárbaros o psicópatas.
Viendo la prensa española pensaría que la violencia de género sólo sucede aquí pero este libro me trae una Argentina muy similar a nuestra tierra. Incluso he comprobado que en los ochenta tenían algún programa televisivo muy similar a los nuestros (como “La clave”).
Selva Almada huye del morbo. Explica. Con frases increíblemente concisas. Es un libro breve pero dice más de lo que se ve. No parece tener ni una coma de más.

Y el colorido de algunos giros lingüísticos de esa Argentina no perturba el buen fluir del relato. Es fácil entenderla por el contexto.    
Como detalle decir que lo encontré en narrativa policíaca y de eso hay pero no es novela de género. 
Intento cogerla y etiquetarla pero no se deja. 
Sólo añadir que da para reflexión más que para evasión. 

lunes, 16 de octubre de 2017

Cáscara de nuez



Nunca me falla. Y parece que fue ayer que reseñaba aquí mismo “La ley del menor”. Pues casi por sorpresa, como casi siempre que paseo por los estantes de novedades de las bibliotecas, me encontré con la última novela de Ian McEwan. Parece que últimamente va más rápido (o yo reacciono más lento). Y a pesar de que publica con cierta fluidez no baja el nivel. Está entre mis escritores preferidos y cada novela me justifica este aprecio y fidelidad de lector. Una balda de una de las estanterías de mi casa le homenajea. Fui comprando casi todos sus libros a la que podía. Con este tenía mis reservas pero...   
En esta novela pensé que me decepcionaría por un par de motivos. Trata sobre un triangulo amoroso. Un marido poeta enamorado de su mujer que a su vez se acuesta con su cuñado. Entre el cuñado y ella deciden matar al poeta. El argumento no podía ser más trillado.
Por otro lado el punto de vista es el del bebé del poeta que ella lleva en las entrañas. Esto sí parece más original pero me parecía un punto de vista inverosímil. Este nonato tiene reflexiones sobre nuestra actualidad política, sobre la humanidad, sobre el futuro, sobre sus padres y lo que van a hacer que son francamente ingeniosas. Pero precisamente por eso no puede tenerlas. Un feto entre sus paredes uterinas no puede dar para tanto. Y aún así, si lo tomas como el elemento humorístico del asunto que es y entras en el juego (curioso cuando se queja del sexo de su madre y del sexo de este golpeando cerca de su cara o sobre cómo le afecta el sexo oral de su madre), se puede disfrutar. Hay que olvidar que el narrador es el bebé. O por lo menos recordarlo al final que es cuando todo eso cobrará sentido.
Porque McEwan, como los buenos novelistas ingleses entre los que destaca prácticamente como el mejor, va dejando caer detalles aquí y allá que no son casuales. Y ese argumento tan tópico del que me quejaba, sólo por su trabajo de orfebrería con la psicología de los personajes, parece nuevo. Vuelve a resultar interesante lo de "matemos al marido" que ya hemos visto en mil ficciones. Porque sí, una vez más, importa el cómo se cuenta y no tanto el qué.
Lo siento, amigos y amigas, este escritor me gusta demasiado. Voy a buscar otras reseñas por ahí a ver si me he excedido y le he dado puntuación doble por inglés y por ser McEwan.

“Estamos hartos de privilegios y placeres, así como de quejas, y los que aún no lo están, pronto lo estarán…. Siempre nos preocuparemos por cómo van las cosas: es lo que depara el problemático don de la conciencia”  pág.40 (esto viene tras un largo monólogo sobre nuestros problemas actuales como especie y cómo a pesar de nuestras quejas estamos mejor de lo que nunca hemos estado a nivel global)