Ya he comentado por aquí antes lo mucho que me gusta la
literatura sobre la literatura, los libros que narran sobre otros libros, las
historias de libreros, lectores, escritores, bibliotecas, librerías y todo lo
que tenga que ver con el mundo en el que más veces estoy inmerso. Supongo que
porque hablan de mi propia esencia, cursilerías aparte. Así que aquí llega
otro.
Este libro es de Leon H. Vincent, un escritor nacido en
Chicago en 1859. Que nadie se asuste por lo viejuno. Los clásicos suelen serlo
porque no envejecen. Un libro sobre Belén Esteban que salga este año ya habrá
nacido abuelo. La literatura atemporal no tiene que actualizarse porque se
centra en ese algo que permanece en la especie, lo que nos demuestra que
cambiar, cambiar… cambiamos poco. Aunque sí es cierto que aquí se nos narra la
historia de un blibiótafo, un señor que entierra libros, (no literalmente,
avisan en la contraportada, este en particular los almacena en distintos
lugares, le interesan tanto los libros que no le interesan ni sus autores ni
puede que el contenido). El personaje de esta novela que no te hará reír a
carcajadas pero sí tal vez sonreír, es un señor inteligente y que cae bien a la
gente, que tiene este fetichismo de lo impreso. Busca los libros por ciertas
particularidades como que sean segunda o tercera impresión (dice que las primeras impresiones
no son tan buenas salvo excepciones que confirman la regla). Y durante el
primer capítulo se nos habla de este hombre singular, durante el segundo se
sigue con el asunto y durante el tercero entiendes que las escasas cien páginas
de novelita te han dado para acabarla del tirón y se han quedado cortas pero a
la vez son suficientes porque llenan, porque tal vez esa era la historia que
había contar y también el espacio que requería. La edición de periférica
incluye con acierto (para mí desde luego) los libros con los que puedes
“complementar” este libro. Curiosamente dos ya los había leído, son los de
Christopher Morley en la misma editorial: “La librería ambulante” y “La
librería encantada”. Efectivamente
recomendables. Especialmente el primero.
También el de Eugene Field, “Los amores de un bibliómano”.
Este lo anoto mentalmente porque tiene que caer. Ya he dicho que este es mi
tema.
Los autores
pueden escribir libros notables pero no entender las virtudes de sus libros
desde el punto de vista del coleccionista. Los hombres rara vez son
inteligentes en más de un sentido.
Porque no solo es necesario que un
coleccionista sepa con exactitud qué libro quiere; es incluso más importante
que sea capaz de reconocer un libro como el libro que quiere cuando lo ve.
Como casi siempre que me paso por aquí, me voy con unas ganas terribles de leer el libro que reseñas. Al principio los anotaba, pero como mi lista de pendientes también es considerable, creo que lo que haré será consultar tu blog para recordar "aquello que Sergio comentó".
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Dorotea. No intentes seguirme el ritmo porque estoy enfermo de literatura. Leo en el metro, en la biblioteca en casa y a veces hasta tengo tiempo de hacerlo en el trabajo(no cualquiera puede hacer algo así, conozco a mucha gente que no tiene ni tiempo de mirarse en el espejo, especialmente los padres y madres de familia). Y eso que casi no anoto casi nunca los libros que no me han gustado que han sido bastantes. No siempre acierto co mi propio gusto. Un abrazo también para ti, querida amiga.
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