Aunque nunca me suele faltar material
para escribir en este blog ya que siempre tengo algún libro entre manos que
podría reseñar, estas dos semanas he estado absorbido o más bien secuestrado
por la monumental obra literaria que me ocupa(1369 páginas en la edición de “Sexto
Piso”). Este libro es un desafío. Algunos lo definen como proponerse escalar
una montaña alta, un Everest literario. Y les entiendo. Yo hasta la fecha siempre
les pongo mis ítems literarios para definir la dificultad. Cuando les hablo de
literatura digamos… complicada, utilizo o utilizaba a Pynchon, Foster Wallace,
en menor medida Delillo… Pero este año he descubierto nuevas referencias para
amenizar este blog y poder decirles que están en las últimas pantallas o
niveles del videojuego “vamos a leer libros difíciles”. Me he tropezado con
Rita Indiana y Pola Oloixarac. Y ahora, tachaaaaaan, William Gaddis. Ya no
tendré que recurrir a los citados Foster Wallace y compañía para definirles la
naturaleza de lo esforzado. Tengo nuevas adquisiciones.
Debo decir que no soy masoquista. Leo
por placer. Así que si busco libros que me desafíen es porque ocasionalmente me
agota la nadería y lo simplista de lo que leo y me tomo la lectura como un
juego. Como lector maduro necesito que el juego sea adulto así que no me
escondo de un escritor que respete al lector y no se lo dé todo mascado. O
quiera que la literatura que hace sea algo más que lo ya leído. Por supuesto,
intento que estos libros me vengan avalados por las críticas de gente en la que
confío o de buenas editoriales en las que también confíe o tengan un aura de
prestigio que no me haga esforzarme para nada. Hay libros que se esconden en la
dificultad para no mostrar sus verdaderas cartas y demostrarnos que son basura
pretenciosa.
Este escritor escribió “Los
reconocimientos” después de varios años de viajes por Europa, África, dónde se
empapó de culturas ajenas a su Norteamérica natal, dónde fue retocando y
buscando el tono de la que sería su primera novela y publicaría ya con más de
treinta años en el cincuenta y cinco(la comenzó con veintipocos años). Este es
un libro que le debe mucho a la ruptura con las convenciones que ya hizo Joyce
en su Ulises. O el americano Faulkner pero más el primero. Es un libro que
busca captar toda la realidad o hacernos creer que está en todo. Pasajes dónde
un personaje pasea por París y escuchamos y vemos hasta el último pensamiento
de la gente que le rodea, toda la mezcolanza de las impresiones que recibimos
los humanos en un simple pasear. Hay al menos tres fiestas y una de ellas de al
menos un centenar de páginas dónde solo hay diálogos y estos están tan
desordenados como lo están en una fiesta dónde la gente se emborracha. Esto me
ha recordado a Proust al que también se cita, otro fiestero literario.
También hay mucho humor, bendito
humor. Si te pierdes un poco con la historia principal (en realidad, como
sucede con estos libros, no hay mucho nudo pero lo hay o yo he creído verlo) te
puedes entretener con los chistes.
Hay un capítulo inicial dónde
conocemos al quizás personaje principal de la obra de un modo más convencional.
El primer centenar de páginas es un engaño de facilidades para que sigas con el
libro pero luego ya pasarás al capítulo del que hablo en París, a las visitas a
España o Italia (español, italiano, francés… hay bastantes frases no traducidas
porque así era el original pero que tampoco nos tienen que amargar la vida,
especialmente las ejem, frases en castellano, no son tantas). La visión de una
España pobre que no tiene nada que ver con la del guiri al uso, aquí si hay
profundidad de análisis. Pero el tema principal de la novela es el que comienza
ese pintor cuyo drama es que no es original, que quiere ser un pintor clásico y
que reflexiona sobre la autenticidad del arte. En este libro se trata la falsedad
desde todos los ángulos. Desde la falsificación de la pintura (tema casi
central) hasta la mención de un trozo de carne medio podrida que se colorea
para que de buena impresión o los brazos o piernas de santos falsos, el diente
de oro de mentira de un personaje, el peluquín o bigote postizo de un
falsificador de monedas… Todo es falso pero a veces lo auténtico nos engaña y
hay gente que lo cree falso. Este libro nos hace dudar de todo. Hasta de la
historia que leemos. Es fácil perderse en sus páginas, en su cambio abrupto de
un personaje a otro, de un país a otro, de los puntos de vista del narrador, todo
es difícil pero no tanto como dicen que lo sería el Gaddis posterior. Da igual.
Si no tienes mucho tiempo o ganas de leer algo así ni lo empieces. Ya os he
informado de en qué lado de la Literatura juega este señor. Yo lo considero una
obra de arte pero depende de lo que te apetezca, tú lo puedes considerar un infierno.
Aún así creo que nunca lo olvidaré. Es imposible quedar indiferente. Subrayo
algunos pasajes pero podría subrayar muchos otros en casi cualquier lugar del
libro, es una novela inagotable. Si la leyera otra vez sería un libro nuevo para
mí y también sería bueno. Como dice el señor H. Gass del prólogo este libro es
como la vida y no te abandonará nunca, no lo entenderás por completo pero la
vida tampoco la entiendes del todo, hay asuntos que se te escapan y eso no te
impide levantarte de la cama. Del mismo modo, cuando veo un telediario de la BBC
sin subtítulos puedo entender algo aunque se me escapen frases o giros
idiomáticos. El contexto te ayudará a entender, no seas exhaustivo ni quieras
saberlo todo. Te frustrarás.
Alguien le había dicho que las baterías de los coches europeos duraban
años, pero aquí las compañías poseían las patentes de esas baterías de larga
duración, y las tenían bien guardadas mientras vendían otras para sustituir las
que habían vendido el año anterior. (este hombre ya sabía lo que era la
obsolescencia programada o tenía consciencia de ella sin llamarla de ese modo)
Eminentes científicos coinciden, tras análisis exhaustivos, en que un
producto químico que vale quince centavos el galón, metido en un frasquito
lujoso con un montón de términos científicos, resulta superior. (marca blanca o no marca blanca, esa
es la cuestión, pero Gaddis ya sabía también la importancia del prestigio de la
marca)
El amor que recibo de otros no es amor por mí, sino donde ellos intentan
encontrarse a sí mismos, amándome.
…no en busca de la verdad, que no tenía ningún valor en el mercado…, sino
de “un buen precio en el mercado” (buena parte del arte moderno es especulación pero arte… no,
este pasaje me da un poco la razón)
Todo el mundo tiene esa sensación cuando mira una obra de arte y está
bien, esa súbita familiaridad, una especie de… reconocimiento, como si la
estuvieran creando ellos mismos, como si se estuviera creando a través de ellos
mismos, como si se estuviera creando a través de ellos mientras la miran o la
escuchan.
La gente que te pide compasión te odia después por dársela. Siempre te
odian después.
Querido Sergio Me fascina como escribes sobre lo que lees
ResponderEliminarLo trasmites tan bien que dejas con ganas
de leer el libro.
La gente que te pide compasión te odia después por dársela. Siempre te odian después.¿por que??? no lo entiendo explicamelo por favor
Miles de abrazos
Gracias Mucha. Veo que al fin has podido entrar por este blog al menos. Yo no tengo respuesta a esa pregunta pero la he vivido. Por eso la anoté. Aunque eso es tema de mi otro blog, el costumbrista. Un abrazo
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