Hace años, en uno de esos muchos
trabajos que he tenido y me han dado pesadillas y a los que llamaba
alimenticios pero en realidad todos lo son porque todo trabajo es para darte de
comer salvo los que haces por gusto pero entonces ya son aficiones o pasiones,
soñé toda una noche que trabajaba, tuve la sensación de que hacía un turno
perfectamente descrito con sus minutos y tiempos y con la sensación de que
había durado las mismas ocho horas que duraba el trabajo real. Al día siguiente
tenía la sensación de que había trabajado un turno doble. O de que había
despertado de una pesadilla para empezar otra peor. El sueño era malo pero la
realidad me parecía peor porque se continuaría hasta que decidiera acabar ese
trabajo (afortunadamente me echaron y tuve trabajos que raramente fueron
peores, da igual, el trabajo mencionado era algo de fábricas, me dan alergia
los trabajos mecánicos, rodeados de machos o de mujeres de papel sobre
calendarios, olor a humos o a líquidos del lado de la tabla periódica más
nocivo para mi salud, yo no podía estar mucho tiempo en un sitio así ni por
dinero).
Y este libro me ha recordado a esos
trabajos. Una novela dónde cada capítulo te describe hasta lo obsesivo la faena
de un personaje. Le vemos trabajar línea a línea. El escritor nos vuelve
albañiles, administrativas, vigilante, informáticos, camareros, carniceros… Los
personajes interactúan levemente entre ellos, hay como un misterio por resolver
en la novela pero no os hagáis ilusiones con eso porque esto es literatura de
premio que es como decir que el trabajo de resolverlo todo no solo no te lo van
a dar mascado sino que tal vez ni te lo den, te quedarás en un lugar más o
menos cerrado o abierto, según veas las cosas y a otro asunto.
Y sí, sé que mucha gente no apreciará
estos terrores que tan bien nos desbroza Isaac Rosa en “La mano invisible” y
que probablemente se aburrirá pasando páginas de trabajo y trabajo sin historia
en la que apoyarse o aliviarse, sólo sufriendo el tedio de los trabajadores en
carne propia o dejándose caer en la sensación de la cita que abre el libro:
“Y
no creas que esto me ha suscitado impulsos de rebelión. No, sino todo lo
contrario, la cosa que más lejos estaba de imaginar: la docilidad. Una
docilidad de bestia de tiro resignada. Me parecía que había nacido para
esperar, para recibir y ejecutar órdenes; que toda la vida no había hecho más
que esto, que nunca haría nada más.
Simone Weill,
Carta a Albertine Thévenon”
Pero sus frases largas y repletas de
subordinadas que abusan de las comas y hasta del ocasional punto y coma son
hipnóticas, me recuerdan los paseos de monólogo de la literatura de Bernhardt.
Pero este da vueltas sobre la misma
queja mientras que Isaac Rosa tiene más bien la intención de ser exhaustivo y
de explicar todo lo que ha aprendido sobre el mundo que nos describe. Y vaya si
se documenta. Nivel Foster Wallace de aporte de datos (aunque sin notas a pie
de página ni humor surrealista, Isaac Rosa tiene su propia voz, te guste o no).
A mí lo que tal vez me ha hecho terminar el libro sin dificultades y con más
placer que padecimiento ha sido la cadencia de su prosa. Porque escribe muy
bien. Ciertas voces de ciertos blogs dicen que sus otros libros eran mejores.
Tal vez yo he entrado por la puerta equivocada y tal vez lo hagas tú si entras
en su mundo por “La mano invisible”
pero por si acaso es un escritor a seguir. Si los otros “son mejores”, cómo
serán.
De aquí se sale asustado, a veces
aburrido y sobre todo muy deprimido. Pero también un poco más sabio. Esto es
sobre lo peor de nuestro primer mundo. No siempre será tan malo como nos lo
describe pero seguro que lo es en más casos de los que pensamos.
Sinceramente no creo que exista nada
que se pueda definir como primer mundo. Pero me voy a descansar.
Me ha gustado, intentaré hacerme con ese libro, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarBesos.
No hay de qué, pero prepárate para sentir que trabajas de todo eso que expongo. Besos
ResponderEliminarS.: hoy no es mi día. Sabes que normalmente salgo de aquí con el mismo ánimo que tu has escrito el post, pero esta vez hay un factor externo: los antigripales. Estoy tan grogui que imaginarme las rutinas de trabajo como la cadena de montaje de Charles Chaplin (a mis neuronas les cuesta recordar el título... Tiempos modernos quizás...) me da aun más sueño. Quién sabe si algún día me acercaré a él.
ResponderEliminarPues vaya panorama. Con los antigripales yo no me leería con gusto ni el mejor libro de mi escritor preferido. Los procesos de gripe me dejan incluso más KO que a ti.
ResponderEliminarCreo que has recordado bien el título de la de Chaplin, tus neuronas se niegan a sucumbir. Sólo me queda decirte que te recuperes. Espero que no hayas ido a trabajar así. Saludos
Un placer leerte a Vos
ResponderEliminarYo no leo libros
te leo
Los leo
un abrazo grande
sos increible muchacho no solo como escribis sino tambien en tu comenatrios
EliminarGracias por tus comentarios. Estos sí que son motivadores.
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