Estamos ante el último premio Herralde de novela. El de 2015,
claro. Premios. Nadie se los cree. Y este tampoco. Esta autora tiene un buen
puñado de su obra publicada en la editorial que ¡oh, casualidad! ahora le da un
premio. El finalista de esta edición también estaba publicado por la editorial.
Todo queda en casa. Mucho mamoneo es lo que hay. Desde luego van quedando pocas
ganas de enviarle manuscritos a las ediciones de premios. Mejor buscarse un
padrino extra-grande.
Pero vamos a la novela. Se anuncia como una muy borde, quiere
hacer daño. En esta ocasión al mundo de la cultura rápida que tenemos montado
dónde todo dura poco, dónde solo nos quedamos en la superficie de las cosas,
dónde la gente se apunta a causas nobles sin saber muy bien por qué, también
donde las viejas estrellas no tienen tiempo de llegar a viejas porque las
nuevas se abren paso todo el tiempo. Pasan por su ¿argumento? un actor, Daniel
Valls, que se apunta a defender esas causas y cae en desgracia frente a sus
compañeros y hasta se llega a poner en ridículo. Este personaje me gusta
especialmente porque diga lo que diga la autora, parece basado en alguien real (yo veo a Willy Toledo pero esto
es solo cosa mía y de mi imaginación). Vemos a una vieja gloria en decadencia y
con síndrome de Diógenes en su ocaso (“El ocaso de los dioses”, película de
Billy Wilder muy en sintonía con el libro). Vemos a otra actriz efervescente
que se ve gordísima en pantalla pero es muy delgada en persona (y lo que hace
por no parar de adelgazar). Vemos a la mujer noble y rica de Willy… bueno, del
personaje de arriba, una sumisa impenitente con el tipo. Y leemos sobre el
novio de la actriz anoréxica. En capítulos cortos como balazos Marta Sanz nos
cuenta su odio en forma de parodia (en un fragmento dice que parodiar es odiar
un poco) y su visión sobre la farándula (palabra que viene de faralaes y
tarántula). Todo muy venenoso, muy inclemente. La autora no deja respirar a sus
creaciones. Tal vez por eso no me las creo, porque no lo pretenden, son más
esperpento que relato verosímil. No creo que ni los peores sean así o… Bueno,
la frivolidad es muy típica de este mundo pero es que en la novela nadie, nadie
te cae bien. Y no es cosa de risa, porque a veces más bien entristece ese
sarcasmo.
Otro detalle que me llama la atención del libro es su gusto
por las enumeraciones. Entra un personaje en una calle de Madrid y ya
comenzamos con el inventario a base de muchas comas de todo lo que ves allí. Dispuesto,eso
sí, con cierta gracia y ritmo. Yo no soy mucho de disfrutar este gusto de los
poetas y los novelistas por la enumeración. Me los imagino con sus hijos y sus
sobrinos jugando al “veo, veo que ves” y anotando en un papel todo lo que esté
relacionado con el tema de la enumeración para luego correr a escribirlo en la
novela y llenar de comas la página. Y como Marta Sanz disfrutaba al enumerar y
yo me quejaba, va sobre el final y suelta la más larga enumeración posible, le
ocupa dos o tres páginas o más, no sé, se me hizo larga. Pero menos mal que no
abandoné porque mira tú por dónde, esa enumeración sí me gustó y llevaba a una
pequeña reflexión y hasta tiene grandes logros, no solo dice lo que ve, juega
con las palabras y la música y hasta el efecto y le sale bien pero no digo nada
por si alguien quiere leerlo y todo esto le va sonando a spoiler(que no, que
este libro no tiene argumento, ya lo he dicho, la gente habla y piensa pero no
hay una historia con planteamiento, nudo y desenlace, así a lo clásico no se
ganan ya los premios).
También hay monólogos interiores dónde habla la autora y sus
personajes son como marionetas de guiñol porque se nota que el ritmo es siempre
el mismo. Son monólogos apretados con frases largas y muchas subordinadas y
decenas de comas. A lo Thomas Bernhardt o Elfriede Jelinek (incluso Javier
Marías que es fan de alguno de estos). Estos monólogos donde una frase se
estira para parecer el pensamiento de alguien (que sí, que para mí es la autora
y no el personaje) son como el plano secuencia del cine. Quedan muy bien pero
son difíciles y se puede no acertar. Aunque Marta Sanz sale airosa. El monólogo
de Ana Urrutia hacia el final está muy bien hilvanado. Es por eso que me
encuentro varios pasajes apreciables en la novela, por ese cuidado con el
estilo. Aunque no haya personajes y sí arquetipos (todos muy malos o tontos o
escatológicos). Aunque no soy muy de esperpentos. Aunque prefiero la ironía al
sarcasmo. Aunque estos mensajes ya los tengo muy asumidos y sí, ya sé que “Eva
al desnudo” más “El crepúsculo de los dioses” son grandes hitos del cine (se ha
hecho mucha ficción sobre ambas, dan mucho juego).
A pesar de todos esos
“aunque” no me parece una mala novela. Es sólo que no me quiero sumar al
entusiasmo sospechoso de ciertos diarios. Ni siquiera al de muchos blogs que a
veces se dejan incendiar por opiniones leídas previamente.
Es sólo que uno llega a veces tan cargado de buenos augurios
que lo que lee no puede estar a la altura. Tal vez sea eso.
Las dos últimas líneas son la clave de muchos éxitos y fracasos en las lecturas. Y lo contrario también, es decir, esperar una porquería y resultar que no es tan malo.
ResponderEliminarY sobre los premios... no comment :D
Pues sí. Ahora que la veo en perspectiva le veo más los aciertos a la novela pero... bueno, como hemos acordado que no comments con lo de los premios no seguiré mareando esa perdiz.
ResponderEliminarNo, no, despotrica lo que quieras sobre los premios. El no comment iba por mí, para no cabrearme XD
ResponderEliminar