lunes, 4 de marzo de 2013

Hombre lento

Este es un justo premio Nobel. El escritor, digo, no la novela en particular de la que desconozco sus premios. J.M. Coetzee escribe bien y tiene todo tipo de argucias estilísticas para que no salgas de sus novelas pensando que has leído el redactado de un hecho más o menos interesante y ya está. En J. M. Coetzee siempre hay niveles. Por más que pienses que ya lo sabes todo. En esta novela entramos creyendo que es algo sobre la vejez cuando el personaje principal, un señor de unos sesenta años es atropellado por un coche y pierde una pierna. O cuando este se enamora "aproximadamente" de su cuidadora, una señora casada y con hijos, veinte años más joven. Lo de aproximado lo digo porque Paul, el personaje, no es demasiado apasionado:

"En resumen, no es un hombre apasionado. No está seguro de que le haya gustado nunca la pasión ni haberla aprobado. La pasión: un territorio extranjero; una aflicción cómica pero inevitable como las paperas, que uno espera pasar mientras todavía es joven en una de sus variedades más leves y menos destructivas, para no cogerla más tarde y de forma más grave. Perros presa de la pasión apareándose, con muecas desdichadas en la cara y las lenguas colgando".

Pero hay un momento en que leyéndole te sientes asfixiado por la casa y el semi-encierro de ese hombre que se siente mayor de lo que es. Y es entonces cuando aparece Elisabeth Costello, una mujer que lo sabe todo de él y que viene de "okupa" a su casa. Pronto entenderemos que la novela puede entenderse así, literalmente, como un personaje extraño y casi mágico encarnado por una Elisabeth que quiere escribir un libro sobre Paul o... entender que Elisabeth es el personaje travestido que usa el autor para meterse en la novela. Elisabeth es Coetzee. Un personaje no demasiado querido por el personaje principal de la narración que no quiere que se inmiscuyan en su vida y que recuerda esas luchas del escritor contra su propia obra que a veces se le va de las manos. Y en mitad de todo eso volvemos a los temas habituales de Coetzee que como en "Verano" plantea las dudas de un hombre mayor que aún desea o ama el cuerpo de una joven.

"Y aprendí una lección de ello: que el amor no necesita ser recíproco, siempre y cuando haya suficiente amor en la habitación. Aquella chica tenía suficiente amor para los dos... ¿Sabía usted eso? Si se ama con la bastante intensidad, no es necesario ser correspondido."

Pero Paul habla de una anécdota pasada. Ahora el enamorado es él. Por eso sigue creyendo que el amor no tiene por qué ser recíproco y ayuda a su asistenta aunque esta no le demuestre esa reciprocidad. Le basta con amarla y sólo por eso cree que esa relación existe. Aunque Elisabeth, la mujer que escribe sobre él, no haga más que poner en duda todo lo que él desea o cree que desea.
Vejez, amor, deseo, pasión, ficción contra realidad... Todo y más en este y en cualquier libro de un Coetzee que nunca escribe sin ir más allá de lo que ves.

2 comentarios:

  1. No he leído a este autor, así que poco puedo opinar al respecto.

    En cuanto a la reciprocidad del amor, no comparto lo que dice, creo que uno ama al que lo ama a uno. Estoy segura que si mi adosado no me amara tanto, yo ya hubiera tirado la toalla hace muuuuucho rato...

    BEP y feliz inicio de semana

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  2. Así me gusta, que tires agua para tu molino,ja,ja. Yo tampoco estoy de acuerdo con lo que dice el autor ahí (o su personaje). Pero me gusta el conjunto y todo lo que hace con la novela. Anda, que te vaya bien la semana, el inicio y el final pero ya te enviaré algún mensaje por facebook. Besos

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