Mariana Enríquez, porteña, 1973,
condenada a escribir sobre lo cotidiano que deviene en extraño y acaba en
atroz. Y digo condenada porque encuentro que tradición no le falta. Cortázar,
Silvina Ocampo, Borges, Bioy Casares, Ernesto Sábato son referentes que me
vienen a la memoria cuando la leo. Y lo brillante de Mariana es que estas
referencias son como ecos porque la comparación se esfuma a la que leo un
cuento distinto y me cambia el paisaje y hasta los esquemas mentales que ya
estaba construyendo.
En “Las cosas que perdimos en el fuego” nos encontramos con doce
cuentos de terror actual. A ratos sobrenaturales y horribles, a ratos más
reales y documentalistas que nuestra realidad (también me ha recordado a Selva
Almada en su retrato del macho machista tan reconocible en Buenos Aires como en
cualquier otro lugar del mundo, en su denuncia fría dejando que los hechos
definan al personaje casi más que las palabras). En cuanto a su mente sí
consigue una literatura de género de calidad. Y yo esto sí que lo celebro.
Poder recomendar un libro de terror, ciencia ficción o pura fantasía que vuele
tan alto como un libro más mainstream, más fácil de premiar en prestigiosos
certámenes (prestigiosos pero a veces injustos o pactados). Claro que esta
escritora ya viene probando las mieles del éxito desde hace tiempo. Público y
premios, el dúo dinámico del paraíso de un escritor, están a su favor.
Así que me dejo llevar por estos cuentos
que siempre comienzan relatándome sobre la realidad de un barrio bajo de Buenos
aires, de la infancia de una chica y sus fiestas, de un guía que habla de
asesinos en serie, de una estudiante que se arranca las uñas y el pelo, de unos
policías corruptos que se aprovechan de los miserables de mil maneras, de un
triste episodio de la historia argentina... y todos estos hechos reales o
verosímiles devienen, cuando menos lo esperas, en terrores cotidianos de los
que poco puedo escribir si no quiero destriparlos. A veces puedes creer que el
hecho es sobrenatural pero a veces te deja pensando si sólo ha sucedido en la
mente de la protagonista o en la nuestra. Porque también se maneja bien con lo
sutil. Sus mejores cuentos son los que narran la acción fuera de campo. Creo
que eso genera que el lector monte su propio cuento alternativo en la
imaginación.
Todo esto no quiere decir que no haya
una historia que quede tan abierta que parezca como esas estafas de escritores
pedantes que no saben cómo terminar su historia y la dejan a medias. Mariana
Enríquez hace su trabajo y se nota que lo que escribe nace de una necesidad
real de ser contado.
Como sucede en cualquier antología
unos te gustarán más que otros. Algunos incluso me han rozado el Stephen King:
“Bajo el agua negra” o el atroz “El patio del vecino” (pero un Stephen
King al que no le pagasen los libros a peso y hubiese recortado el noventa por
ciento de sus páginas). Creo que Enríquez es lo suficientemente versátil como
para darte relatos leves que sugieran más de lo que enseñan y otros que te lo
dan casi todo.
Otra gran recomendación de mi amigo
el bibliotecario José, cuyas palabras fueron “estoy cubriendo el hueco que tengo con la literatura escrita por
mujeres”. Bien, si hubiese dicho femenina ya hubiese ido por mal camino.
Pero al final da igual, las
escritoras y los escritores geniales escriben libros sin sexo. Son para todo el
que los quiera disfrutar.
“Nos
miramos a los ojos. Yo le creía casi siempre. Una vez me había dicho que no
entrara en la habitación de mi abuela porque ella estaba ahí, fumando. Mi
abuela, nuestra abuela, llevaba diez años muerta. Le hice caso, no entré, pero
sentí el olor penetrante de los habanitos que fumaba la abuela en el aire,
aunque no había humo”