lunes, 18 de febrero de 2019

Patria




Hay libros que están justo en la frontera entre la alta y la baja literatura. “El jilguero” de Donna Tartt es un ejemplo. Pero también lo es “Patria” de Aramburu. Y ya sé que a muchos les molestan las etiquetas. Pero lo mío no son aseveraciones ni sentencias dictatoriales. Es mi impresión y si me equivoco me lo podéis discutir.
Este libro no me parece baja literatura porque aunque es literatura comercial que puede ser consumida por un público generalista, tiene una cierta ambición. No es alta literatura porque encuentro demasiados subrayados. A veces lo pone demasiado fácil al lector y no profundiza tanto como esperaría quien lea la grandilocuente publicidad que la acompañaba (algo sobre “La novela” de su generación).
Quería leerla porque trataba un tema extrapolable a la Cataluña en la que vivo. El conflicto de un nacionalismo regional tan fuerte que quiere abolir los lazos con el resto del país. Y los paralelismos leyéndola son grandes.
Pero el problema es que no leo nada que los periódicos o los documentales no me hayan relatado antes. Como si sus casi setecientas páginas rascasen solo la superficie. Salen los conflictos de la gente que vivió el conflicto vasco pero se pierden demasiadas páginas detallando sus vidas personales, sus amores (no siempre interesantes) y también algunos asuntos más propios de una serie de televisión para todo el público que una verdadera intención de ir más allá. No hay una voz única y original. Su estilo es reconocible por detalles insustanciales como esa manía suya de ofrecer doble ración de verbos separados por una barra para que elijamos o para hacer énfasis: preguntó/interrogó, entro/irrumpió, etc.
El abogado defensor que llevo dentro alega que la novela no me ha aburrido a pesar de su larga extensión, que la he leído rápido, que no me ha parecido mal escrita y que el ritmo es impecable, que alguien que no sepa pero nada de nada del asunto sí puede encontrarla atractiva, que es maravillosa para un público amplio sin ganas de que le hayan estallar la cabeza.
El fiscal me dice que la quería terminar pronto para empezar con algo de más enjundia, que si eres español o española informado-a esto te pilla cansado y está muy visto, que su narrativa desordenada de ir hacia delante y hacia atrás en la historia no es tan sofisticada como quiere serlo y lo cuenta todo tanto y tan prolijamente que hasta un niño podría leerla sin perderse pero que no es necesario dar tantas explicaciones hasta resultar repetitivo, que le sobran páginas seguro. Pero sólo para mí.
Así que la dejo tal y como avanzaba al principio de esta impresión mía. En una tierra de nadie de la literatura. Ni buena, ni mala. Ese “meh” que usan tanto los millenials.
Que no tenga subrayados que ofrecer es algo que también podría alegar mi fiscal.