Por fin lo conseguí. Tanto leer sobre
ella. Tantas tardes consultando el catálogo de la biblioteca y ver que estaba
en préstamo y con varias reservas. Un libro con tantos pretendientes-as y una
crítica tan unánimemente unida por lo positivo sólo preludiaban un gran libro.
Y por supuesto una gran decepción. Porque el libro había crecido tanto en mi
cabeza que había llegado casi al tamaño del mito.
¿Qué me he encontrado? Pues un libro
de cuentos muy bien escrito, sin florituras, muy directo y que muestra el
talento de una escritora que con otra vida y más dedicación pudo haber llegado
a más.
Porque Lucía Berlín, al más puro
estilo de los narradores-as americanos trabajó de todo menos de escritora, esto
último le llegó tarde y con escaso reconocimiento, no vivió de su arte. Desde
enfermera hasta señora de la limpieza. Además de bregar con la terrible
enfermedad del alcoholismo que asoma en varios cuentos su lado más cruel
(aunque Lucía Berlín intenta hacer divertido el episodio más atroz).
Aunque es una recopilación de
cuarenta y un relatos ordenados de más antiguo a más moderno, se puede leer
como novela. Se repiten constantes y muchas veces el personaje principal del
cuento parece un alter ego de la misma Lucía. En los viejos cuentos ves a su
hermana sana o a un submarinista mexicano con el que tiene una aventura y en
cuentos posteriores aparece su hermana ya enferma o el profesor de submarinismo
viejo y recordando la aventura. Salvo en unos pocos cuentos dónde la autora se
traviste de hombre para contarnos una historia de cárcel, otra de un abogado
que se deja fascinar por su clientes(en un cuento muy Highsmith por esa
fascinación) o en el durísimo relato de una mujer que tiene que luchar para
mantener a su bebé y a ella misma con vida en un lugar más que hostil, en casi
todos hay referencias a otros cuentos.
He recordado a Buckowski. Sus cuentos
empiezan con el pretérito imperfecto del mismo modo. Como si se tratase de una
anécdota que alguien recuerda y de modo oral te cuenta en un viaje “Yo estaba en aquel país haciendo…” . La
anécdota empieza y te cuenta algo pero no necesariamente se remata con un final
perfecto. A veces termina inesperadamente. De cualquier manera. Como si fuese
el pedazo de una historia que tú mismo te puedes montar en tu mente. Igual que
en el viejo Buck. La economía de palabras también lo recuerda. Y el ritmo. Y
sin embargo no hay que caer en la trampa de las comparaciones. Cuando acabas el
libro ya te das cuenta de que son objetivos distintos los perseguidos. Hasta el
alcoholismo se ve desde ópticas diferentes. El viejo escritor se ufanaba del
alcohol que bebía. Con Lucía Berlín no te apetecerá entrar en ese mundo malsano
de la dependencia etílica.
En fin, una notable escritora de la
que esperaba un libro excelente pero al final se queda en un siete sólo por la
desgracia de las expectativas pero que a pesar de todo, es bastante
recomendable.
Sigue triunfando en las librerías.